Sentí que la falta de aire me mataría pero en realidad lo que terminaría conmigo era ese pésimo estado mental y de vida.
Hacía tiempo que no veía el sol brillar en lo alto, no recuerdo con exactitud cuándo dejo de tener algún sentido la vida, cada noche impaciente esperaba a que esto llegara a su fin pero una y otra vez amanecía y yo mirando llegar el día por la ventana.
Nada podía cambia, esto ya no podía ir peor, Salí de casa sin rumbo decidí viajar en el subterráneo, lucia vestido penosamente, miraba a muchas personas moverse nerviosas de un lado a otro fingiendo tener un objetivo pero eran tan similares a mí, ahí estaba yo viajando cuando mire a una pequeña criatura linda y de ojos grandes plantarse frente a mí, extendió su delgada mano para obsequiarme una paleta, me sentí un tanto apenado pero ella seguía insistiendo
– Toma, mamá me da una cuando me siento triste-
Estire la mano para tomarla, el caramelo lucia hermoso y tenía un exquisito olor que me invitaba a llevarla a la boca, me perdí un instante el obsequio de la pequeña, levante los ojos y nuestras miradas se encontraron, ella solo se encogió de hombros, dio la media vuelta y se alejo, entre la muchedumbre no logre descifrar de donde o con quien venía, se escucho el anuncio de la siguiente estación, el tren paro.
Mire de nuevo el dulce y sin pensarlo me entregue al placer que este me obsequiaba, sentí su sabor llegando a mí, comencé a recordar tantas cosas que estaban en mi pero no sé donde, las había olvidado, sentí nostalgia, sentí felicidad, renacía la paz que hacía tiempo no encontraba, una voz sonó preguntándome por algo, me puse de pie para encontrarme con un lugar lleno de color, un estado diferente en mi despertaba mis pensamientos, mis sensaciones.
Sonreía, sentía los músculos de mi rostro dibujando una hermosa sonrisa que solo pocos correspondía, pero al final sonreía.