jueves, 8 de septiembre de 2011

Tú y mi deseo.


Sucedió en más de una ocasión, nos encontrábamos e inmediatamente nuestras miradas se buscaban causando un cosquilleo en todo el cuerpo, de pronto ella demostraba algo de timidez y desconfianza, claro solo éramos un par de extraños que coincidían.

Recorro con poco disimulo cada parte de ella, luce tan fresca, limpia y pura, con una sonrisa nerviosa, su perfume es tan suave, olor a flores que me enloquece, cualquier motivo por más tonto es suficiente para permanecer a su lado y a ella parece no molestarle, al estar ahí juntos todo se perdía, no había más que su persona, su ser y el mío unidos por un deseo.

Nos apartábamos para cada uno seguir su camino pero mi mente no lo hacía, su imagen, cada detalle de ella permanecía conmigo y se quedaba hasta la noche al cerrar mis ojos.

Me di cuenta que cada día necesitaba mas y mas de ella, no solo era su físico, en algunas ocasiones la mire con una mirada triste y perdida, moría en el deseo de abrazarle y consolarle apartándole de aquello que marchitaba su rostro.

Una tarde, llovía y la ciudad era un caos, el trafico no daba ni para aquí ni para allá tenía yo más de sesenta minutos intentando irme a casa cuando le mire llegar, sonreímos y cruzamos un par de palabras sobre lo que sucedía, era tarde y sería imposible llegar a casa, le invite un café, ella después de sumergirse en su mente me respondió que sí.

Entramos a un lugar sencillo pero cálido, la ciudad seguía en caos pero sonreíamos contándonos historias, dejamos de lado todo el rededor, miró su reloj y me dijo que era muy noche y que tenía que avisar en casa que no tenía forma de llegar, ignoro en qué momento le propuse pasar la noche en una habitación

-Yo dormiré en el piso, no te preocupes- -Creo que sabemos el uno del otro hace tiempo -

No dijo nada solo sonrió pero esa sonrisa no era la nerviosa que yo conocía, miro su taza y tomo lo que restaba de café, se puso de pie y dijo

- Es tarde, mejor busquemos donde pasar la noche—

Llegamos a un hotel, pedimos una habitación y caminamos por un pasillo oscuro, todo era silencio y con olor a desinfectante, me sentía tontamente nervioso al igual que ella.

- Cuatrocientos veinticinco, es esta la habitación María-
le dije al tiempo que abría la puerta, extendí mi brazo para encender la luz y miramos los dos parados en el marco de la puerta una habitación que no lucia tan escalofriante, muy al contrario era realmente cálida.

Entramos en silencio y así permanecimos por un rato, ella se puso de pie y se metió a la ducha, yo no aparte la mirada de la puerta e imaginaba su cuerpo desnudo bajo la calidez del agua, de pronto salió con la toalla sobre su blanca piel, me miro mirándole, Sonrió

–Que esperabas? Que me fuera a la cama sin ducharme después de una larga jornada?

Nervioso le respondí que no había mejor idea que esa, me puse de pie para hacer lo mismo.

Mientras me bañaba pensaba en ella, en lo frágil y exquisito de su ser, en su belleza que iluminaba toda la habitación pero sobre todo en lo feliz que me sentía.

Salí fresco, renovado y me sorprendí al mirar a María sentada a un lado de la cama aun con la toalla, hice lo mismo y me senté frente a ella, tome sus manos y la mire a los ojos, sonreímos torpemente, nos pusimos de pie y nos abrazamos, sentí la calidez de su cuerpo junto al mío, disfrute de la forma de su cuerpo, cada línea de ella dibujada sombre mi, acaricie su desnudes y el deseo que se hacía más grande en esa oscura noche.

Nuestros labios se unieron, las toallas cayeron dando paso al placer y con ello a una infinita e interminable noche juntos.